Madrid: Violetta e il Tempo
Icona assoluta del repertorio operistico e punto fermo della programmazione mondiale, La traviata torna al Teatro Real in un allestimento che ha segnato la storia recente della regia lirica. La produzione firmata da Willy Decker — acclamata a Salisburgo nel 2005 e da allora approdata con successo sui palcoscenici più prestigiosi — si impone anche a Madrid per la sua forza visiva e la sua lucidissima coerenza drammaturgica. Interrotta nella sua versione integrale durante la stagione pandemica del 2020, l’edizione riproposta oggi recupera tutto il suo slancio originario, riaffermandosi come un imprescindibile capolavoro di teatro musicale contemporaneo. E, sì, più viva che mai.
Al centro dell’impianto scenico — firmato da Wolfgang Gussmann — un gigantesco orologio domina lo spazio e scandisce il tempo dell’azione con inquietante inesorabilità. La scenografia, austera e concettuale, si distende su una struttura semicircolare priva di orpelli cromatici: l’assenza di colore, lungi dall’essere sottrazione, si traduce in una potenza espressiva folgorante, lasciando emergere ogni gesto, ogni presenza come puro atto di significazione. Luci, volumi e vuoti dialogano in un’architettura rarefatta dove i personaggi sembrano sospesi tra l’essere e il non essere.
Henrik Nánási dirige con precisione e trasporto il Coro e l’Orchestra del Teatro Real, restituendo tutta la tensione emotiva e il dinamismo interno della partitura verdiana. Questa Traviata, nella versione della Dutch National Opera, affonda le sue radici nella parabola tragica di Marie Duplessis, la cortigiana amata da Dumas figlio, che ne fece immortale ritratto ne La dame aux camélias. Ma è Verdi, più di ogni altro, a trasfigurare la vicenda in un affresco musicale in cui il sacrificio amoroso assume la dimensione dell’assoluto.
Al centro della scena, la Violetta di Adela Zaharia: il giovane soprano rumeno, padrona assoluta del proprio strumento, ha saputo coniugare brillantezza tecnica e intensità emotiva in una lettura vocalmente sbalorditiva e teatralmente devastante. Nulla è lasciato al caso nel suo canto, che piega ogni virtuosismo a una necessità espressiva impellente. Il pubblico assiste non solo alla morte di un personaggio, ma alla progressiva consunzione di una donna che arde di vita fino all’ultimo respiro.
Al suo fianco, Iván Ayón Rivas impone un Alfredo Germont di straordinaria veemenza. Il tenore peruviano, dotato di un’emissione generosa e di un fraseggio impetuoso, convince per carisma scenico e tenuta vocale, restituendo tutta la fragilità e l’impeto dell’amante giovane e incosciente.
Il baritono Artur Ruciński — in un Germont padre memorabile per nobiltà di accento e profondità d’intenti — completa il triangolo drammatico con autorevolezza e misura.
Intorno a loro, un cast solido e ben amalgamato: da Giacomo Prestia (Doctor Grenvil) a Karina Demurova (Flora), da Gemma Coma-Alabert (Annina) a Albert Casals (Gastone), tutti concorrono a dare corpo e anima a una macchina teatrale perfettamente rodata.
Eccellente, come sempre, il Coro del Teatro Real, protagonista di momenti di grande impatto collettivo.
Verdi, come osservato dagli stessi curatori della produzione, in questa partitura spezza con gesto visionario gli schemi della tradizione, privilegiando la verità psicologica dei personaggi alla coerenza formale e stilistica dell’opera. La Traviata rappresenta, sotto questo profilo, un punto di svolta: il dramma sentimentale si fa moderna indagine dell’animo, e la melodia — instancabile linfa verdiana — diventa veicolo di una verità esistenziale che non cerca riparo.
Con oltre sessanta rappresentazioni nella storia del Teatro Real, La traviata si conferma come uno degli emblemi della sua identità. Mai come oggi la scena madrilena si rivela il luogo ideale per soffrire d’amore, o forse per amare davvero. Di certo, è il posto migliore per amare l’opera.
Ricardo Ladrón de Guevara
(28 giugno 2025)
Originales en español
Ella pregunta si se le ama tanto como ella es capaz de amar
y solo cabe responder de una forma: amando lo que es y lo que encierra. Porque una “perdida”, una “extraviada”, solo encontrará el camino de vuelta si sigue el rastro que deja una música de incalculable belleza. No hay reproches de moral ni de principios, pues hay un solo factor que rige todo: la pasión, que la hace vivir y luego morir.
Pieza clave del mundo de la ópera y punto de referencia en la producción de todos los teatros del mundo, La Traviata es el drama clásico que engalana los sentimientos y hace brillar al amor. Los sacrificios que la pasión desencadena y esa verdad traducida en sufrimiento siempre delimitan a los que aman. La estremecedora obra de Giuseppe Verdi llega al escenario del Teatro Real de la mano de Willy Decker, quien la dirige y nos presenta su producción aclamada en el Festival de Salzburgo en 2005, y que sigue paseándose con éxito por todo el mundo. En 2020, no pudo llegar en su versión original para cerrar la temporada en Madrid, pues se adaptó a las medidas de seguridad sanitarias vigentes durante la pandemia. La pandemia nos cambió a todos, pero el espectáculo del genial Decker sigue vivo y, sí, más vivo que nunca.
Todo está marcado por una “cuenta atrás” que lo rige. El tiempo se mide en el escenario por un gigantesco reloj que se integra y forma parte de una propuesta conceptual, estética y, por qué no decirlo, funcional de la escenografía. La firma Wolfgang Gussmann, y en ella juegan las luces, el brillo, los espacios, la profundidad y ese estar y no estar en ninguna parte que la hace tan correcta y tan ideal. La ausencia de color hace que todo lo que busca protagonizar lo haga de forma rotunda, constituyéndose en un deleite para los ojos. Una estructura semicircular, dotada de texturas, alberga un elenco impresionantemente extenso.
Henrik Nánási ha levantado la batuta frente al Coro y la Orquesta Titulares del Teatro Real. La música de La Traviata pertenece al acervo cultural, y sus notas nos suenan a todos en algún rincón de la cabeza y, claro está, en algún lugar del corazón. Especialmente en esta producción de la Ópera Nacional Holandesa (Dutch National Opera & Ballet), que narra la agotada y turbulenta vida de la bella y voluptuosa Marie Duplessis, controvertida cortesana amante de artistas y bohemios en el París decimonónico. Alejandro Dumas (hijo), quien conoció íntimamente a esta mujer, nos da lo mejor de sus letras en la incomparable novela original La dama de las camelias.
Verdi convierte esta composición en una auténtica prueba para la soprano que la interpreta. La necesidad de que el torrente de voz sea impecable hace que sea una tarea que no está al alcance de todas. En esta ocasión, la soprano rumana Adela Zaharia ha dado vida y muerte a su Violetta Valéry de manera impresionante. Su calidad vocal ha sido explotada al máximo porque ella es una gran conocedora del alcance de su aparato fonador. Ha sabido utilizar todos sus recursos en función de su canto, absolutamente conmovedor y cargado de una gran fuerza dramática. Es una gran intérprete, y así lo ha demostrado.Y, claro está, no hay forma de dejar de reconocer el talento y el arte del sensacional tenor peruano Iván Ayón Rivas, con una fuerza y una intensidad absolutamente avasalladoras. Un gran torrente de voz que es un verdadero deleite escuchar y una entrega total sobre la escena. No superada, sino igualada, por el genial barítono polaco Artur Rucinski, quien ha hecho un Giorgio Germont imposible de olvidar. En general, todos los artistas han hecho un trabajo estupendo, y sobre todo el Coro, quienes han logrado que vivamos esta composición musical y sucumbamos a esa extrema reacción que genera el amor y su fatalidad cuando se convierte en canción. Las notas que estos artistas han hecho brillar las hacen imperecederas en el tiempo: Giacomo Prestia (Doctor Grenvil), Karina Demurova (Flora Bervoix), Gemma Coma-Alabert (Annina), Albert Casals (Gastone), Tomeu Bibiloni (El barón Douphol), David Lagares (El marqués de Obigny) y Joan Laínez (Giuseppe), entre otros.Tal como se ha afirmado y corrobora el Teatro, al inicio y al final de la obra, Verdi destroza, en el mejor sentido de la palabra, los esquemas más clásicos del método operístico convencional. Con el romance, otorga verdad al drama, exaltando y priorizando el perfil psicológico de los personajes y sus esquemas, en menoscabo de la unidad estilística y formal de la ópera, valiéndose, claro, de su asombroso resuello melódico.
Este canto al amor y a su desenfrenado desenlace es un gran sujeto presente en el Teatro Real. La Traviata ha tenido nada menos que 61 funciones a lo largo de su historia, y probablemente más. Es pensable que su incomparable sede sea la mejor de todas para sufrir de amor, o quizás para amar. Lo que sí es verdad es que es el mejor lugar para amar la ópera.
Ricardo Ladrón de Guevara
La locandina
Direttore | Henrik Nánási |
Regia | Willy Decker |
Scene e costumi | Wolfgang Gusmann |
Costumi | Susana Mendoza |
Luci | Hans Toelstede |
Coreografia | Athol John Farmer |
Personaggi e interpreti: | |
Violetta Valéry | Adela Zaharia |
Flora Bervoix | Karina Demurova |
Annina | Gemma Coma-Alabert |
Alfredo Germont | Iván Ayón Rivas |
Giorgio Germont | Artur Rucinski |
Gastone | Albert Casals |
Barone Douphol | Tomeu Bibiloni |
Marchese d’ Obigny | David Lagares |
Dottor Grenvil | Giacomo Prestia |
Giuseppe | Joan Laínez |
Il cavalliere | Ihor Voievodin |
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real | |
Maestro del Coro | José Luis Basso |
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